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Joven muere por consumir exceso de proteína

Luego de obsesionarse por su estado físico, el abuso de proteínas terminó con su vida a los 25 años.

Se ejercitaba dos horas al día y bebía batidos de proteína (de origen animal) junto a sus comidas.

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La historia de Meegan Hefford es la de una joven que al obsesionarse por su estado físico, abusó de los batidos proteicos (de origen animal) y complementos alimenticios, alterando su ciclo de urea y provocándose una muerte cerebral prematura a los 25 años de edad.


El exceso de consumo de proteínas en su dieta ocasionó que con el tiempo su cuerpo ya no pudiera desechar toxinas, por lo que una gran acumulación de amoniaco en la sangre se hizo presente.


Éste viajó por el torrente sanguíneo hasta llegar a su cerebro, causando el daño irreparable por el que Meegan perdió la vida.



La obsesión de Hefford por una vida fitness comenzó siendo progresiva y se confundió con una preocupación real por mantenerse en buen estado, sin embargo, cuando el cansancio se apoderó de ella fue demasiado tarde.


La historia


Desde los 18 años de edad, cuando  tuvo a su primer hijo, Meegan comenzó una vida fitness donde poco a poco el ejercicio y su estado físico se convirtieron en una prioridad.


Pasaba los fines de semana y las noches en el gimnasio, vivía cerca de su madre, Michelle White, y siempre charlaba con ella sobre la nueva rutina que practicaba.

Con el apoyo de mamá al cuidado de sus hijos, Meegan fue aumentando más y más sus idas al gimnasio, hasta terminar acudiendo todos los días de la semana sin ningún descanso.

Al principio no había impedimento entre la maternidad ni la vida fit, hasta que dos años después de su último embarazo, Meegan se vio sumergida en una profunda depresión que le imposibilitó el movimiento.



Para salir de la crisis, los médicos le recetaron antidepresivos que le hicieron aumentar de peso, por lo que una vez más estable, Meegan optó por regresar al ejercicio con más fuerza que nunca.


El inicio de la obsesión


Perdido el peso aumentado durante la depresión, Meegan comenzó a tener un gusto intenso por el fisicoculturismo. En pocos meses su amor por el buen estado de su cuerpo se convirtió en una obsesión.

Si yo no estaba libre para cuidar a los niños y Michael estaba trabajando, ella se aterraba”, relató su madre White.

Dejar el entrenamiento resultaba algo imperdonable, y realizar mal sus rutinas o verse impedida para acudir a ejercitarse, hacía que Meegan cayera en crisis.  Luego vinieron las competencias y las severas restricciones a la dieta, donde el aumento de nutrimentos proteicos resultó evidente.



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